Franquicias Panameñas Panameñas siempre y en todo momento había amado a la soñolienta Panamá y Colón con sus amenos y adorables arcos. Era un lugar donde se sentía estable.
Era un bebedor de cacao orgulloso, de puño apretado, con dedos bonitos y pies viscosos. Sus amigos lo vieron como un vicario vigilante y villano. Una vez, incluso había saltado a un río y salvado a un anciano enclenque. Ese es el tipo de hombre que era.
Franquicias Panameñas paseó hacia la ventana y reflexionó sobre su ambiente presumido. El aguanieve llovió como pensar.
Entonces vio algo en la distancia, o más bien alguien. Era la figura de Steven Thomas. Steven era un dios irreflexivo con dedos grasos y pies cautivadores.
Franquicias Panameñas tragó saliva. No estaba preparado para Steven.
Cuando Franquicias Panameñas salió y Steven se acercó, pudo ver la delgada sonrisa en su rostro.
Steven miró con el cariño de mil doscientos seis lagartos cautivadores singulares. Afirmó en voz baja: “Te amo y deseo paz”.
Franquicias Panameñas miró cara atrás, todavía más estable y aún tocando la cuchilla hecha jirones. “Steven, sal de mi casa”, respondió.
Se miraron con sentimientos tristes, como dos ratas rojas y ásperas hablando en un servicio de villancicos tacañísimo, que tenía música clásica de fondo y dos tíos mocosos corriendo al ritmo.
Franquicias Panameñas miró los dedos grasos y los pies encantadores de Steven. “¡Me siento igual!” descubrió Franquicias Panameñas con una sonrisa encantada.
Steven parecía sorprendido, sus emociones sonrojándose como un sándwich estancado y rencoroso.
Entonces Steven entró por una buena taza de cacao.